José Carlos Mariátegui

“No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano. He aquí una misión digna de una generación nueva"

24.6.15

El país de las oleaginosas gordas

     por Matías Oberlin 

     Hubo un tiempo en que los países centrales se dividieron el mundo sometiendo pueblos para mantener su nivel de vida. Y los sometieron, política, militar y económicamente. Así nacieron las colonias. Después no necesitaron de lo militar y les alcanzó con la política y la economía. Descubrieron luego que con manejar los hilos de la economía manejaban el resto. Por último vieron que alcanzaba con tener la patente de lo que se produce en las colonias. Ese fue el origen de Monsanto. 

     Mosanto nació en San Luis, Misuri, Estados Unidos en 1901. Monsanto Argentina S.A.I.C. empezó a operar en el país en 1956, cuando el gobierno del General Juan Domingo Perón fue depuesto por la dictadura genocida conocida popularmente como “la fusiladora”. Siempre vinculada a la comercialización de productos químicos, en 1978 –bajo otra dictadura cívico militar- instaló su planta de “acondicionamiento de semillas híbridas de girasol”1 en Pergamino. A partir del 80 empezó a envasar agroquímicos llegando a producir el “Roundup”. “Roundup” es la marca comercial del glifosato, un herbicida total derivado del napalm (sí!, el mismísimo napalm que se hizo conocido en la Guerra de Vietnam por su terrible acción incinerante) . En los 90 la empresa apoyó el crecimiento de la siembra directa, llegando –según la página de Monsanto- a colocar “a nuestro país entre los tres primeros mercados mundiales en materia de producción y rendimientos agrícolas. Esto motivó a su vez el crecimiento exponencial de las ventas de Roundup”. 


    En solo 81 días del verano de 1996 se aprobó el uso de la soja transgénica a través de un expediente administrativo de 136 fojas de las cuales 108 eran de Monsanto. Un garabato indicaba el nombre de quien firmó el expediente, un tal Felipe Solá. Ese mismo año Monsanto a nivel mundial decide dedicarse al negocio de las semillas y los agroquímicos. A partir de ese momento la carrera de esta empresa -siempre ligada a favores de los regímenes políticos, coimas multimillonarias y escándalos internacionales- ha sido la concentración y monopolización de las semillas. ¿Cómo? A través del desarrollo de semillas patentadas, lo suficientemente resistentes para recibir dosis de glifosato, un herbicida derivado del napalm altamente nocivo para el suelo, contaminante de las napas freáticas y dañino de toda forma de vida que entre en contacto con él. Así el caso de Ezequiel Ferreyra, el joven de 6 años esclavizado desde los 4 que murió hace un par de años a causa de un tumor cerebral por estar en contacto con los agroquímicos. Vale la pena aclarar que en la Unión Europea está prohibido el uso del Glifosato clasificado como «peligroso para el medio ambiente» y «tóxico para los organismos acuáticos», mientras que para el SENASA (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) cumple con todas las normativas. 

     En el año 2012 Cristina Kirchner anunció la apertura de una planta de Monsanto en la localidad de Malvinas Argentinas, ubicada en la Provincia de Córdoba. En la página de Monsanto puede leerse el sarcástico mensaje “los cordobeses tendrán el orgullo de contar con una de las plantas más grandes del mundo. En ella se procesarán semillas de maíz”. El maíz transgénico patentado de Monsanto tiene la característica de que la semilla que brinda no puede volver a ser sembrada, y que los campos sembrados con este maíz fertilizan los campos colindantes. Así se dan casos como en México, donde las comunidades campesinas ejidatarias luchan por mantener su maíz ancestral, amenazado constantemente por el transgénico patentado. Este es repartido gratuitamente a los campesinos financiados por el gobierno federal y amenaza no solo con arruinar el maíz criollo de las comunidades, sino la misma fuente de su autosubsistencia, ya que una vez fertilizado nunca más podrán sembrar sus propias semillas. 

     El negocio del patentamiento de semillas resistentes a los agroquímicos más nocivos, está íntimamente vinculado con la siembra directa, el trabajo esclavo de trabajadores rurales, los grandes capitales sojeros (Grobocopatel, etc) y la complicidad del gobierno nacional y gobiernos provinciales. Los productores adoptaron el cultivo de soja transgénica porque resulta un cultivo más rentable que requiere de menor cuidado y que deja ganancias exorbitantes. Así actualmente se cultivan 20 millones de hectáreas de soja en nuestro país, que sobre un total de 31 millones de hectáreas cultivadas da un porcentaje del 65% de nuestra producción agrícola. El 70% de la oleaginosa se exporta sin procesar y el restante 30% se convierte en aceites, harinas, etc. Es decir, la matriz agroexportadora de la Argentina de “la década ganada” sigue intacta. El monocultivo se extiende como un manto negro sobre nuestro territorio siendo uno de los principales formadores de precio al fijar la renta agraria y el precio de la tierra. Corriendo constantemente la frontera agraria la soja ha llegado incluso a sembrarse en la localidad bonaerense de la Matanza influyendo directamente sobre la inflación. Ni que hablar de los campesinos en zonas rurales expulsados por empresarios de la soja, como es el caso de los campesinos del Mo.Ca.Se en Santiago del Estero que sufrieron el asesinato de dos compañeros por su lucha: Cristian Ferreyra y Miguel Galván.